«Yo podría haber sido Noemí».

Las otras víctimas: caso Maliqueo.

Newenken, territorio mapuce.- El testimonio de la ex esposa de Roberto Valdez, durante la tercera jornada del juicio por el homicidio de Noemí Maliqueo, fue revelador: extendió los lazos y los actos de violencia del victimario al grado de práctica cultural y social. El disparo del arma no fue un accidente, ni un hecho aislado e incomprensible. Es la conclusión fatal de un camino historial de violencias, abusos y tormentos. Es el ejercicio constante de una estructura cultural que contiene en su interior un sistema de códigos que expresa los principios de empatía y vínculo a través de una extraña, aunque lastimosa, forma de desprecio y desaprobación.

Yo podria haber sido una Noemi..jpgDaniela Huebras durante su testimonio ante la mirada de Valdez.

Día 3.

Viernes 1 de julio de 2016.

El testimonio de Daniela Huebras.

Daniela se sienta en la silla. Habla con Carina álvarez, juez de la causa. Acomoda su cuerpo como si intentara ubicarlo en la sal de tal forma que no moleste a nadie. Daniela no se quita la cartera del hombro, ni se saca el abrigo. Responde todas las preguntas con calma y cuidado. Daniela ha sido golpeada. Ella misma lo confiesa. Su cuerpo ha padecido el sometimiento y la miseria del tormento. Pero Daniela conserva lucidez y convicción. Daniela mira a los ojos a Valdez. Pronuncia cada una de sus hazañas. Confiesa su valentía:

“Un día me dejó la mandíbula hinchada y me obligo a mentir. Cuando llegué al hospital de Cipolletti me hizo decir que me había caído de una moto”.

Valdez la mira en silencio. Sólo mueve su pie izquierdo. Hace un círculo en la baldosa con la punta del pie. Lo hace lento y pausado, como si estuviera batiendo algo mentalmente, como si intentara relajar el cuerpo con ese movimiento de elongación.

“Yo podría haber sido Noemí en una época”, confiesa convencida Daniela. “Una se da cuenta cuando una persona sufre maltrato”, define. Claro, una mujer que ha sido sometida a la pesadumbre y al miedo de la violencia sabe cuando otra madre o mujer padece. El silencio, la vista que mira al piso, la piel morada. La tristeza en los ojos. Hasta la madre del victimario lo puede percibir y padecer: “cuando mi suegra me vio con la mandíbula hinchada me compro los pasajes para que me fuera. Me ayudo. No dejó que su hijo me siga violentando”.

Como si se tratara de una práctica cultural la violencia pasa de generación en generación, pero también las formas de contención y protección del propio género sometido y lastimado: la madre del victimario ayuda a la victima, la victima del pasado advierte a la nueva persona sometida. El imputado se moviliza en el tiempo, creando dolores y marcas imborrables. Estigmatiza. Paraliza. Inhabilita. Deja en un estado de incapacidad. Las Víctimas de Crímenes de Lesa Humanidad ya nos han advertido: “de la tortura no se vuelve”. El victimario impide que el tiempo transcurra, que las generaciones continúen. Noemí Maliqueo perdió la vida, y la posibilidad de ser mamá. La madre de Noemí perdió a su hija y la posibilidad de que ésta le diera una nieta. No hay madre, tampoco hay abuela. Ni tías, ni bautismos. La silla que ocupa Daniela la podría ocupar Noemí. Y el lugar que hoy ocupa Noemí lo podría estar ocupando Daniela o las otras dos madres que tuvieron hijos con Valdez. “Él conmigo fue una persona violenta, y además infiel. Duró poco. ¡Menos mal! Él ejerció violencia física y verbal. No me gustaría recordarlo, pero ya que me piden que lo recuerde, él llegó hasta a dispararme. Vi como un fogonazo pasaba por arriba mio. Me disparó con un arma. No recuerdo el motivo. Vivíamos discutiendo. Él portaba armas. Él me golpeaba también con la mano”.

El dolor, la ausencia y los tormentos permanecen, se vuelven eternos. Ya nos advirtió la madre de Noemí: “nada me va a devolver a mi hija”.

“Yo la conocí a Noemí porque Roberto (Valdez) la llevaba a los cumpleaños de los nenes”, confiesa Daniela. “Pero pocas veces se quedaba sola, siempre estaba Roberto al lado”. “La única vez que pude hablar con ella le dije: ‘el te puede hacer daño”. Noemí permaneció en silencio durante toda la relación. Su forma de relacionarse con el exterior fue el silencio y la sumisión. Noemí no contaba nada. Obedecía. Acataba. Pero no tenía miedo. “Yo creo que Noemí lo enfrentaba a Roberto”.

Roberto Valdez ingreso asustado a la casa de su ex pareja Daniela Huebra. “Tenía la cara hinchada, como si hubiera llorado y estaba nervioso”, según las palabras de la propia Daniela. “Decile que la encontraste en la calle”, le dijo Valdez a Huebra. El tono fue amenazante. Daniela se dirigió al auto y encontró en la parte de atrás a Noemí. “Estaba como dormida. Roncaba. Tenía sangre seca en la cabeza”. “¿Qué cagada te mandaste?”, le preguntó irritada Daniela a Valdez. “Se me escapó un tiro”, contestó Roberto. “Movete vos”, la interpelo nuevamente Valdez. Daniela aceptó y llevó, junto a Cardozo a Noemí, a bordo del Fiat Uno blanco. Valdez se quedó apoyado en la puerta de entrada de la casa de Daniela. Estaba nervioso y ansioso. Su nena de cinco años se quedó jugando en el patio con un columpio que había colgado la actual pareja de Daniela. “Si hubiera sido otro no la dejaba ir. Le decía: ‘vos sos mi esposa y te quedas aca’. Pero no se…Vi el arma y no pude reaccionar. Simplemente la deje ir”. Después de casi una hora llego Daniela de nuevo a la casa. Daniela se quedó. Y Valdez se fue en el Fiat Uno. Esa fue la última vez que se vieron Daniela y Roberto. Luego sólo fueron llamados por teléfono y noticias en los medios. “Me entere que lo agarraron en Allen”, le confesó Daniela a la fiscal.

El tiempo es un desgarro, una agonía. La familia de Noemí espera sentada. Ve pasar los testimonios como hilos de una misma trama. Ante cada relato reafirman su mala intuición sobre la relación de Valdez con Noemí. Pero no es Valdez solamente. Es el miedo de que Valdez sea como otra cantidad de tipos. Es el miedo a que Valdez piense y actue como otros Valdez, que pululan en la calle, los barrios, la sociedad.

La propiedad privada es el futuro de las ambiciones. Y si no es posible este proyecto por la incapacidad productiva, deben ser apropiados los cuerpos. Algo o alguien debe ser sometido a los impulsos y estímulos de una sola voluntad. El poder de la propiedad privada es un poder expansivo. Se sirve de grandes extensiones de tierra, aloja en la condición de miseria a muchas voluntades en nombre de la ambición de una sola. La tierra como los cuerpos es usurpada. Son desterrados hasta los propios dueños de ella. Los Pueblos Originarios no pueden permanecer en sus tierras ancestrales en nombre del proyecto capitalista y usurpador de los grandes capitales. Un solo adquisidor puede servirse de mil hectáreas. Una mujer no puede valerse de su propio cuerpo. Es decir, ante su “comprador o usurpador” debe dar explicaciones, pedir permisos y mendigar derechos. El cuerpo de la mujer debe preguntar con qué tipo de ropa protegerse o taparse, con que persona comunicarse, que lugares visitar. Cuanto tiempo de estadía puede gozar en el exterior y que distancia transitar. El usurpador somete y usurpa la tierra y los cuerpos. Violenta el género opuesto. Establece una sistema de códigos en donde el vínculo y el afecto construyen en cada acción un pedestal abyecto de desprecio y desaprobación.

Los herederos de la propiedad privada -como una forma de desarrollo y diálogo con el mundo-, se acostumbran a someter, a convertir la ternura en la deidad de los arrepentidos. Sólo y luego de la total derrota pueden convivir y coexistir los sentimientos de arrepentimiento y la búsqueda de la empatía, mientras tanto el desprecio y la desaprobación se izan como principios culturales de afecto y vinculación.

Antonio, el criador de Chanchos.

Antonio Ribera es vecino de Valdez. Cría chanchos. Ribera escuchó el disparo y vio como fue transportada Noemí desde la casa de Valdez al Fiat Uno.

“El día del hecho estaba trabajando en el terreno porque tengo animales. En un momento un vecino -que yo lo conocía como Omar- me llama. Me llamó como tres o cuatro veces. Y me dijo: ‘veci’. Salí a mirarlo y me pidió si podía llevar a su señora al médico. Le conteste que tenia la camioneta sin gas. Le quise hablar otra vez, pero había desaparecido”.

Alfredo, el hermano de Cardozo.

Alfredo no conoce a la víctima. Tampoco al victimario. Alfredo trabaja con su hermano en el negocio “ El Maruchito”. Alfredo fue la segunda opción que tuvo Valdez para salvar a Noemí. Pero el balazo fue letal. No le dio tiempo a nadie. Valdez apoyó el arma y disparó. Luego mintió: “mi esposa se rajo la cabeza”, le dijo a Alfredo. Cuando Alfredo llegó a la casa de Valdez y vio a Noemí tirada le preguntó: “¿qué le hiciste?” “Fue un accidente, fue una accidente”, repitió Valdez. “Yo lo quería ayudar”, le advierte Alfredo al Jurado. Cargaron a Noemí en el Fiat Uno y salieron hacia el hospital Heller. En el camino Valdez le pidió que pasara por la casa de su hija. Cuando llegaron Valdez entró a la casa. Luego salió Daniela. Miró el cuerpo y se fue junto a Cardozo rumbo al hospital. “¿Qué sos de él?”, le preguntó. “Soy la ex esposa”. Cuando llegaron al hospital Daniela fue la persona que habló con la policía. Dejaron a Noemí. Subieron al auto y volvieron a su casa. En el camino Cardozo le preguntó: “¿Qué le dijiste?”, que la había encontrado en la calle. Cardozo nunca entendió porque Daniela había mentido. Tampoco comprendía la diferencia de edad de Valdez con Noemí. Desde que vio el cuerpo de Noemí, Cardozo pensó que Valdez le había pegado un fierrazo en la cabeza.

La pericia balística.

Martín Posse es licenciado del Gabinete de Criminalística del Poder Judicial. Es perito en balística. Elaboró un informe respecto del arma secuestrada cuando Marcelo Valdez fue capturado.

“Yo realice la pericia del arma encontrada a Valdez. Es un arma de fuego corta, de puño. ACP (Automatic Coll Pistol) calibre 25 -equivalente a una 35 mm-. Es una arma de fuego semiautomática, porque requiere la acción del disparo, teniendo un cartucho en recámara y es necesario tirar de la corredera para atrás cada vez que quiero efectuar un disparo”.

Posee trabaja hace 8 años en el Departamento de Balística.

“el revolver tiene un cilindro ubicado en la zona media, ese cilindro tiene alvéolos, que están conectados con el cañón. Cada vez que acciono el gatillo el cilindro se moviliza. Dentro de cada alveolo se coloca un cartucho. La diferencia es que en el revólver, la carga y descarga del cartucho la tiene que hacer el tirador. Si un tirador efectúa 6 disparos todas las vainas quedan en el tambor. No expide ninguna vaina. Para realizar nuevos disparos debe retirar las vainas. Las vainas no se eyectan.”

Dentro de la casa y en el patio de Valdez se encontraron diferentes Vainas. A propósito el perito explicó:

“Los cartuchos encontrados en la vivienda pueden ser disparados por el arma. El proyectil extraído de la autopsia como estaba deformado, no es posible determinar de manera categórica, pero en mi criterio guarda estrecha relación con una calibre 25”.

Por último Posee concluyó contundente.

“El arma era apta para el disparo. Funcionaba correctamente. Ya había sido disparada”.

El arma es una extensión de la propiedad privada. Es un correlato. Con el arma se accede a la propiedad privada. Con el arma defiendo la propiedad privada. Protejó lo poco que tengo. La defensa de Valdez no dudó en argumentar que Valdez poseía esa arma para defensa personal; no dudó en argumentar que Valdez portaba un arma porque el contexto del lugar en el que vivía era un lugar complejo y vulnerable de ser atacado. El defensor de Valdez omite que el disparo del arma es la conclusión fatal de un camino histórico de violencias, abusos y tormentos ejecutados por Valdez y la cultura socio – jurídica que lo protegió y que permitió que pudiera, como un gran terrateniente, extender sus prácticas y herencias culturales de violencia y sometimiento hacia otros cuerpos y espacios.  

 

Crónica y fotografía: Gustavo Figueroa.

 

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